viernes, 28 de octubre de 2011

Anhelos en forma de ángel.

 Los ritmos de guitarra me acompañan en cada anhelo mañanero. Una voz que te canta al oído que espera un ángel, que quiere marcharse, que no quiere rezar ni meditar, solo quiere encontrar su ángel e irse a casa cogidos de la mano. Todos esos anhelos suenan y suenan y no paran de sonar. Anhelos en forma de canción, de poema con notas musicales, anhelos en forma de pensamiento.
 Los anhelos no vienen solos, vienen acompañado de una pesadez de párpados, de un deseo de romper con todo e irte con ese ángel que esas canciones te han dicho que existe, viene acompañado del cansancio, de la extenuación hasta el límite menos humano de todos, acompañado de tantas cosas que la espalda lo empieza a sufrir, empieza a avisarte de que estás cargando con demasiadas cosas, de que pares un poco, pero es imposible, ya no se puede.
 Mamá siempre dijo que era peligroso hablar con los extraños. Pero y si ese extraño resulta ser ese ángel que me anhelaba por las mañanas, ese ángel que me cogería de la mano y me llevaría a casa, en sus brazos, sin límites, sin preocupaciones, sin nada, solo ella. Por una vez no se debe hacer caso a mamá, ese extraño con el que has sido amable por medio segundo podría convertirse en algo nuevo, y la novedad barre lo viejo, lo aburrido, lo ya visto demasiadas veces, quién sabe.

 Aquí viene el vacío, todo siempre es lo mismo al fin y al cabo. Tan sólo es otro día, solo y extenuado. El ayer queda como a años luz de lo que fue, pero todo está perdiendo el sentido, así que en los sueños se encuentra el mundo ideal, donde todo ocurre y nada traspasa los límites de lo real, absolutamente nada.