domingo, 7 de agosto de 2011

Tócala otra vez, Sam.

 Ahora mismo es uno de esos momentos en los que escuchas una o dos canciones que te hacen sacar lo que tienes dentro, y algo me dice que tengo que escribir esta entrada. Allá voy.

 Él era una pianista soñador que buscaba la felicidad, hasta que por fin la encontró. Era un pianista que le gustaba dibujar al atardecer, pero un día lo dejó todo por esa felicidad que había encontrado de una forma o de otra. ¿Hay alguien ahí?, preguntaba el chico cansado de vagar por la sucia oscuridad de la noche. Lo había, por ella había caminado todo ese camino, por ella había dejado cosas de lado, por ella había echo cosas que jamás había echo antes. Él tocaba a la orilla del mar, en una playa solitaria, solo estaba él, su piano y sus pensamientos sentados en su silla de siempre. Esa silla que siempre le había dicho lo que habia que hacer, y esta vez le había aconsejado terminar la canción, con un simple compás, pero acabarla. La naturaleza se había enfadado con él, no debía haber dejado terminar la canción, pero él siempre ha pensado que las canciones largas se hacen duras de escuchar. Quizá algún día llegue la canción ideal para tocarla miles de años, todo cae sobre el quizá, pero en esto de la música nunca se sabe. Ahora el chico toca una canción distinta, es algo más melodioso, más tranquilo. No quita que la canción anterior fuera la más bonita y perfecta que ha compuesto nunca, pero ... todo cae en el pero. No hay huecos para los peros en una canción, mejor tocar la mejor nota que él pueda y dejarlo estar, dejar que todo continúe su camino, él por un lado, ella por otro no tan lejano. Él espera que esos caminos se vuelvan a juntar en otra canción distinta, pero como ya me dijo un viejo amigo; "En esto de la música hay que dejarse llevar, nunca se sabe lo que puede salir." 
Buenas noches, y buena suerte.



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