martes, 19 de junio de 2012

That's the bulletproof.

 Miles de principios iguales, miles de finales distintos. Infinitos principios borrados que podrían haber cambiado por completo el final, y de por sí haber cambiado toda la historia.   
 Escribir no es ninguna magia. Escribir es tan solo saber poner las palabras en el orden correcto para que logren ejercer su función primaria, las palabras fueron creadas para expresar, no para malgastar o no saber utilizarlas. Las letras corren a su ritmo, como si el teclado fuera un piano y las palabras sus notas más bonitas para crear la mejor sinfonía de la historia. Las notas siempre están ahí, solo hay que saber utilizarlas en el orden correcto y en el momento adecuado para saber traspasar esa barrera humana que separa lo común de lo verdaderamente bueno, esa barrera que separa lo corriente de lo que es capaz de llegar al corazón y recorrer todas y cada una de las partes de un cuerpo humano para levantar el vello y hacer saltar todas las emociones habidas y por haber. 
 Como esa risa que sale de lo más profundo de unos pulmones, como ese grito que proviene del mismo sitio, como esa luz que lo inunda todo y no deja sombra posible, como esa música que revienta los oídos, como esa velocidad que imprimen las piernas para llegar el primero, como ese odio que oscurece el alma, como esa alegría que embellece el mundo, como esa bala que mata al instante, como ese instante que muere y deja paso al siguiente, como ese cuchillo que raja y sangra, como ese golpe que lo rompe todo o como ese retroceso que lo devuelve todo a su sitio, como ese escudo que impide tu muerte. 
 Como saber que estás viviendo, y como vivir no sabiendo nada. 

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